2018/03/09

Vomitar la obsesión

De joven pensé que este rasgo iría desapareciendo a medida que fuera ocupando mi espacio mental en otras cosas inminentes. Empecé a coleccionar trabajos, mudanzas, relaciones, películas tristes y terapias. ¿Era esto hacerse mayor? No lo sé. Pero igual hacerse mayor significa aceptar la obsesión como parte de tu vida, como manera de relacionarte con el mundo y las cosas que te atraen de él. 

Aquellos a los que la obsesión no ha tocado con su (des)gracia os digo: el mundo está plagado de mentes insaciables capaces de crear películas a toda prisa, irrealidades en las que podría perfectamente vivirse, universos enteros en los que vosotros habitáis sin saberlo. Dejadnos ser amables y desequilibrados, entended el aburrimiento que supondría dejar de alimentar las ilusiones que a su vez nos alimentan a nosotros y aceptad, sin tanta sorpresa a todas horas, la diversidad de inteligencias emocionales que coexisten en el mundo, en el mío y en el vuestro, válidas todas ellas, unas justo al lado de las otras.

Y digo esto porque me siento, una vez más, incapaz de verbalizar las tramas que ocurren en mi mundo fantástico. Cuando llaman al timbre, una película. Cuando suena el teléfono, otra. Y cuando miro si llueve. Y cuando pienso en coger un autobús. Y cuando la distancia es mínima pero nadie lo sabe pero todos lo intuimos. Y cuando me pongo enferma. Y cuando me aprendo de memoria cada acontecimiento exacto gracias al Muro. Y cuando pronuncio tu nombre en mi cabeza y sigue sonando igual de impoluto que el primer día y, a la vez, del todo perverso. 

Vomitar la obsesión es vomitarte. Y estoy a una arcada de sacarte por completo.

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