2018/03/09

wet sunday

Ayer lloré. Ayer lloré mucho. Ayer lloré como hacía días, semanas, incluso meses que no lloraba. Y lo mejor (o lo peor) es que no sabía porqué lo hacía. Lloré después de desayunar. Lloré entre capítulo y capítulo de Mr. Robot. Lloré mucho después de ver una película de terror. Lloré por dependencia. Lloré desesperadamente, de rodillas, llenando de mocos el sofá. Caminé por la casa durante horas dándome golpecitos en el pecho, pellizcándome los brazos. Lloré tirada en la cama acariciándome los colmillos. Porque eso es lo que hago. Y te llamé. Y te escribí. Y me asomé a la ventana siete veces. Pero tú no estabas. Pensé en bajar a la calle pero llevaba demasiadas horas sin comer y no me sentía con fuerzas. Solo podía llorar y deambular. Intenté leer y no pude concentrarme. Volví a llamar pero seguías sin estar. Me tomé una pastilla para dormir. Volví a deambular. Al rato me tomé otra y apagué todas las luces de casa, cerré bien fuerte la ventana e intenté dormir. 

Vomitar la obsesión

De joven pensé que este rasgo iría desapareciendo a medida que fuera ocupando mi espacio mental en otras cosas inminentes. Empecé a coleccionar trabajos, mudanzas, relaciones, películas tristes y terapias. ¿Era esto hacerse mayor? No lo sé. Pero igual hacerse mayor significa aceptar la obsesión como parte de tu vida, como manera de relacionarte con el mundo y las cosas que te atraen de él. 

Aquellos a los que la obsesión no ha tocado con su (des)gracia os digo: el mundo está plagado de mentes insaciables capaces de crear películas a toda prisa, irrealidades en las que podría perfectamente vivirse, universos enteros en los que vosotros habitáis sin saberlo. Dejadnos ser amables y desequilibrados, entended el aburrimiento que supondría dejar de alimentar las ilusiones que a su vez nos alimentan a nosotros y aceptad, sin tanta sorpresa a todas horas, la diversidad de inteligencias emocionales que coexisten en el mundo, en el mío y en el vuestro, válidas todas ellas, unas justo al lado de las otras.

Y digo esto porque me siento, una vez más, incapaz de verbalizar las tramas que ocurren en mi mundo fantástico. Cuando llaman al timbre, una película. Cuando suena el teléfono, otra. Y cuando miro si llueve. Y cuando pienso en coger un autobús. Y cuando la distancia es mínima pero nadie lo sabe pero todos lo intuimos. Y cuando me pongo enferma. Y cuando me aprendo de memoria cada acontecimiento exacto gracias al Muro. Y cuando pronuncio tu nombre en mi cabeza y sigue sonando igual de impoluto que el primer día y, a la vez, del todo perverso. 

Vomitar la obsesión es vomitarte. Y estoy a una arcada de sacarte por completo.