No voy a pedir perdón ni voy a decir lo siento, porque tengo derecho a no estar. Y es que a veces no estoy. Me cobijo con mi alma y me abrazo y me aparto en mi mundo. En ese que sólo yo entiendo, o eso parece.
A veces no estoy, pero tampoco quiero estar. No tengo ganas de que nadie intente entenderme, o que me acompañen pronto y mal. Muchas veces lo único que me hace falta es recorrer ese camino perdido y encontrarme en él, o quizás quedarme ahí hasta que me quiera encontrar.
Yo también me hago falta, a veces mucha más de la que pienso y sé que tengo heridas que jamás van a cicatrizar. Que ni con todo el tiempo del mundo se cerrarán. Supurarán por siempre y con eso tengo que contar.
A veces no estoy porque necesito llenarme de paciencia para lo que se avecina y no puedo soportar. Para esos dolores que están en el olvido, pero que se escapan y vuelven ante mis ojos sin mirar. Y es lo que no quiero, no quiero tener que mirar donde un día estuve, porque si estoy donde estoy es por algo y con eso me basta, nada más.
Yo también me hago falta, necesito respirar aire, guardar besos, escuchar te quieros, mirarme, entender o quizás no pensar. Sopesar si es mejor empezar de cero, o soltar la mochila y seguir el camino hasta donde me quiera llevar.
A veces no estoy porque por muy fuerte que sea, no todos mis días son alegres, no todos mis días son bonitos y necesito de días grises para descansar y volver a pintar mi vida del color que más me guste para empezar a luchar. Porque vivir es eso, superar obstáculos, problemas, dolores, sufrimientos, quedarse con lo que suma, tirar lo que resta y no dejarse pisar, caer, caer muchas veces, pero volverse a poner de pie una vez y otra vez más.
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