¡Mamá! Perdona mi ingratitud, mi mirada sombria, mis abrazos fríos y mis palabras con perfume a llanto, aborrezco el canto de mi pecho, mi soledad aumenta, el mundo me odia, siento como escupe mi nombre en cualquier esquina con total desagrado.
Mamá, le he perdido el miedo a los demonios en mi cabeza. ¡Sabes, en este lugar obscuro tus ojos son mi cielo, tu voz es el faro que me ayuda a salir a flote del lúgubre mar de mis pensamientos, y tu rostro sonriente es el ansiado paraíso de mi ingrata alma!
Mamá, que monstruosa es la vida, me parió indiferente, vacía, con una terrible necesidad de volver a las sombras de tu vientre.
Mamá, las noches no son amables conmigo, me empujan a las profundidades de mi ansiedad, me clava sus colmillos, me tira al suelo, en silencio rompe mi corazón con esta soledad.
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