No fue traición. Fue obediencia.
No fue codicia. Fue entrega.
Judas no vendió al Maestro… lo ayudó a cumplir su destino.
Mientras los demás dormían en el huerto,
Judas velaba… no por temor,
sino por la carga que le fue confiada en secreto.
Jesús lo eligió a él.
No al más puro, ni al más fuerte…
sino al más valiente.
Porque no hay mayor dolor que herir a quien se ama, y aún así hacerlo… por amor.
En el Evangelio de Judas,
el Maestro le habla a solas,
le revela los secretos del Reino,
le confía el papel más oscuro,
el más necesario.
“Te superarás a todos ellos”, le dijo.
“Porque tú sacrificarás al hombre que me reviste”.
Judas no traicionó: obedeció.
Fue el único que entendió que el cuerpo debía morir para que el Espíritu se liberara.
Y lo aceptó, aunque el mundo entero
lo odiara hasta el fin de los tiempos.
Lo llamaron traidor…
pero en verdad fue el más fiel.
El Judas del secreto.
El Judas del sacrificio.
El Judas que amó a Jesús más que todos…
porque fue el único que aceptó perderlo,
para que Él pudiera salvarnos.
Inspirado en el evangelio de Judas. (Apócrifo)
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