Los Esclavos de la Lengua no controlan sus palabras, sino que son controlados por ellas.
Cada comentario impulsivo, cada chisme venenoso y cada crítica destructiva se convierte en una cadena invisible. Hablan sin pensar, sin medir el daño que dejan a su paso.
Son prisioneros de su propia boca. Su lengua, en lugar de construir, destruye; en lugar de sanar, hiere. Y aunque intenten justificar sus palabras con la excusa de la sinceridad o la libertad, la verdad es que solo son esclavos de su falta de dominio propio.
Cada rumor alimenta el fuego de la discordia. Cada burla o juicio ensombrece la dignidad de otros y, en el proceso, corrompe el alma de quien habla. Pero la lengua, aunque poderosa, puede ser gobernada.
La verdadera libertad comienza cuando la palabra se convierte en herramienta de bien. Quien elige hablar con prudencia, edifica. Quien calla para no herir, demuestra sabiduría. Y quien usa su voz para alentar y sanar, revela el verdadero poder del lenguaje.
Que cada uno decida: continuar siendo un Esclavo de la Lengua o aprender a gobernar sus palabras. Porque lo que sale de la boca no solo define a los demás, sino también a quien lo pronuncia.
Prefiero mil veces ser la loca del coñ#
que la sosa de cojones.
Y encima me da exactamente igual que suban la electricidad, osea, porque mi satisfayer va a pilas.
Pues eso.
Buenos días a recargar las pilas.
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