La intimidad no es solo física.
Ser íntimo con alguien no se trata solo del contacto físico.
La intimidad nace desde adentro, desde el alma.
Es lo que realmente sientes por esa persona
cuando entra en una habitación.
Es esa conexión que se desarrolla con el tiempo,
esa cercanía que no se explica con palabras.
Es confiar en alguien porque su presencia te hace sentir a salvo.
Es compartir tus inseguridades, tus miedos más profundos,
tus cicatrices…
sin temor a ser juzgado.
Es estar con quien cuida tu corazón
como si fuera el pedazo de vidrio más frágil del mundo.
Es poder hablar de tus traumas,
de lo que dolió tantos años,
y saber que esa persona te escuchará con compasión y comprensión sincera.
Es mostrarle las piezas rotas de tu alma
y recibir, a cambio, esa calidez
que tanto anhelaste desde que tienes memoria.
Es ese espacio donde puedes ser tú mismo,
sin miedo al juicio, al abandono o al rechazo,
porque con esa persona…
sientes que por fin estás en casa.
Es esa persona especial
que se queda a tu lado en las altas y en las bajas,
recordándote que nunca estás solo
en este camino tan hermoso, pero a veces difícil, llamado vida.
Porque la verdadera intimidad
es sentirse y hacer sentir seguro al otro.
Es ofrecerse como refugio mutuo,
donde el amor se expresa con verdad, cuidado y presencia.
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