2025/06/01

Historia de terror..

 Título: La Niña que No Podía Morir

Sin duda uno de mis mejores libros.



Se llamaba Emma.


Y murió a los seis años.


Un accidente.

Un maldito descuido.

Un auto en reversa.

Un grito.

Y luego… silencio.


El funeral fue pequeño. Cerrado.

Nadie quiso ver el cuerpo.

El ataúd estaba sellado, por respeto —y por horror.


Los padres no hablaban.

El padre bebía.

La madre dejaba la comida servida cada noche, como si aún viviera en algún rincón de la casa.


Pero la noche del séptimo día… volvió.


No fue un milagro.

No hubo luz.

Ni ángeles.


Solo pasos.

Pequeños.

Arrastrados.

Con las uñas golpeando el suelo como garras.


Y luego, una vocecita detrás de la puerta:


—“Mami… tengo frío.”


Era Emma.

Con el mismo vestido.

Con los mismos ojos.

Pero sin calor.

Sin olor a niña.

Solo un perfume rancio, a tierra mojada, a madera podrida…

a cuerpo descompuesto.


La madre gritó.

El padre se desmayó.


Pero la niña solo temblaba.

—“¿No me van a arropar?”


Intentaron entenderlo.

Llamaron a médicos, sacerdotes, brujos.

Cada uno salía llorando, gritando o vomitando.

Uno se suicidó días después.

Otro dijo que “algo la mantenía aquí… algo que no es de este mundo.”


Emma dormía, comía, jugaba.

Pero cada día… se veía peor.

La piel se despegaba.

Las uñas caían.

Los dientes se aflojaban.

Pero ella sonreía.

Como si no notara lo que era.


—“Papá, hoy soñé que volvía a morir… pero no pude.

No me dejan.

Él no me deja.”


—“¿Quién, Emma?”

—“El que vive abajo de mi cama.”


Los padres ya no podían soportarlo.

Intentaron envenenarla.

Cortarla.

Ahogarla.

Prenderle fuego.


Pero cada mañana, a las 3:33 a.m., la niña volvía a aparecer en su cama.

Silenciosa.

Descompuesta.

Con la mirada más vacía.


—“¿Por qué no quieren que viva, si yo no pedí volver?”


Una madrugada, la casa entera tembló.

Los crucifijos se derritieron.

Los espejos se llenaron de sombras que no eran humanas.


Y Emma… lloró.

Pero ya no tenía ojos.

Solo cuencas negras y húmedas.


—“Él dice que ahora ustedes se van…

Yo me quedo.”


Días después, encontraron la casa vacía.

Sin puertas.

Sin ventanas.

Solo una niña sentada en el suelo, cantando algo incomprensible con una lengua podrida.


Y una nota, escrita con sangre seca en la pared:


“No se puede matar lo que ya pertenece al infierno.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario