2025/06/06

Un poco de historia..

 Lucía Pisapia fue madre.

Primero de dos hijos, luego… de cientos más.

Pero sus otros hijos no reían, no lloraban.

Yacían en silencio entre los campos de Cava de' Tirreni, tras el paso brutal de la guerra.


Era 1943. El sur de Italia era una herida abierta.

Allí, entre los escombros, cadáveres sin nombre —jóvenes alemanes, americanos, polacos, marroquíes— quedaron abandonados.


Pero Lucía no pudo mirar hacia otro lado.


Un día, vio a unos niños jugando fútbol con el cráneo de un soldado.

Esa noche soñó con ocho cruces. Ocho soldados llorando.

Le pedían volver con sus madres.


Desde entonces, “Mamma Lucia” —como todos la llamaron después— dedicó su vida a rescatar a esos muertos del olvido.

Sola, con una linterna, una pala y una oración.

Subió montañas, bajó acantilados, sorteó balas sin explotar…

y encontró más de 700 cuerpos.


No preguntaba por banderas.

Decía: “Todos tienen madre. Yo los cuidaré hasta que regresen con ella.”


Guardó los restos en pequeñas cajas de zinc pagadas con sus ahorros.

Los llevó a la pequeña iglesia de San Giacomo.

Allí rezaba por ellos. Los nombraba. Los reconocía.


Alemania la condecoró. El Papa la bendijo.

Pero Lucía no buscó honores.

Solo paz para los que no la tuvieron en vida.


Murió en 1982, tras décadas de custodiar esa iglesia,

enseñando a los jóvenes una lección que nunca debe olvidarse:


Que incluso entre las ruinas de la guerra,

hay almas capaces de amar.

Tenía 14 años cuando nos contaron en el instituto esta historia y me sigue encantando.

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