En la Inglaterra del siglo XVIII, el llanto de un bebé podía silenciarse con unas gotas dulces. El farmacéutico Thomas Godfrey murió en 1721, pero su invención sobrevivió durante más de dos siglos: el Cordial de Godfrey, un elixir tan popular como peligroso.
Prometía curar cólicos, insomnio y diarrea infantil. Era eficaz. Bastaban unas gotas y el niño dormía en paz. Pero el secreto no estaba en la melaza… sino en el opio.
El Cordial incluía jengibre, alcohol, aceite de sasafrás y una potente dosis de láudano —opio disuelto en alcohol—. Lo recomendaban médicos y parteras. Se usaba en todas las clases sociales, pero sobre todo entre mujeres obreras, agotadas por turnos interminables en fábricas. Un bebé que dormía era un alivio necesario.
Tras su éxito, surgieron docenas de imitaciones: el Conservante de Atkinson, el Jarabe Calmante de la Sra. Winslow… Pero el opio no se mezclaba bien. Al fondo del frasco quedaba la droga más pura. Bastaban unas gotas de más… y el niño no volvía a despertar.
Las muertes eran frecuentes, pero se atribuían a “debilidad de nacimiento” o a causas desconocidas. Mientras tanto, otro peligro acechaba en la cuna: el biberón Banjo, un modelo de vidrio aplanado con tubo de goma, tan difícil de limpiar como perfecto para incubar bacterias letales. Por años fue símbolo de modernidad y comodidad. Hoy se lo conoce como “la botella asesina”.
En la Inglaterra victoriana, se estima que más del 50% de los niños moría antes de los dos años. Y muchos de esos pequeños partieron en silencio… con el sabor dulce del veneno en los labios.
Como enfermera recomiendo no compres a tus bebes biberón de cristal usa plásticos esterilizados y de fácil limpieza..
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