No soy una mujer de jaulas, me gusta ser libre, libre en mi forma de pensar, en expresarme, en seguir mi instinto, mi corazón.
Si siento que algo me obstruye el paso, me apago, quita mis ganas de seguir, me desmotiva por completo.
Nací con las alas incluidas, a pesar de eso casi toda mi vida la he pasado a disposición de los demás, por no lastimarlos, por darles gusto.
No es nada fácil tratar de conseguir sentirse pleno en esta vida, las decisiones en su momento también nos cobran la factura, nos traen consecuencias que cambian el destino, y ya sobre de eso, nada se puede hacer.
Me quedo pensando cuando mencionan que soy una mujer fuerte, vienen a mi mente todos los recuerdos de las cosas complicadas que me ha tocado superar... tienen razón, he sido una mujer fuerte.
No siempre me he mantenido así, o de pie, he sido vulnerable, me he derrumbado muchas veces, queriendo no continuar.
He deseado no estar en esta vida, infinidad de veces lo he pedido llorando, y he querido desaparecer.
Pero también, me he levantado después de sentir que toco fondo, me he puesto de pie con los ojos inchados de llorar, y me he visto al espejo, diciéndome a mí misma, que no puedo dejarme vencer, que tengo qué continuar, que vale la pena vivir por esos momentos de dicha, por los momentos bellos.
Por tener aunque sea instantes de felicidad...
Llegué a la conclusión de que la fuerza no la define cuántas veces te dejes caer, sino cuántas veces te levantas cuando sientes que ya no puedes más.
Sólo queda que todo se vaya acomodando de tal manera, que nos ayude a sentirnos un poco mejor, o nos brinde pequeños momentos de felicidad, saber identificarlos y disfrutarlos.
No soy de jaulas, pero a veces, la vida misma se convierte en una.
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